La descomunal demanda que supone fabricar carburantes a partir de biomasa está transformando en insostenible la utilización de este recurso “renovable”.
Los países ricos no tienen tierras suficientes para satisfacer con agrocarburantes el consumo desmedido y creciente de su parque móvil. Tampoco las grandes economías emergentes, como China y la India, con niveles mucho menores de motorización pero escasez mayor de tierras. Si en EEUU se destinara la totalidad de la cosecha de maíz y de soja de 2005 a la fabricación de etanol y de biodiesel, podría sustituirse un 12 y un 6% de la demanda interna de gasolina y de gasóleo, respectivamente. Suponiendo un balance energético positivo, esta sustitución proporcionaría una ganancia neta equivalente a sólo el 2,4% y el 2,9% del consumo estadounidense de estos carburantes (en términos energéticos). La UE solo puede cubrir el 4,2% de sus necesidades de carburantes sin recurrir a cultivos importados. Con ello se lograría sustituir, en el mejor de los casos, el 2,2% de la energía procedente de combustibles fósiles utilizados en transporte. Las malas cosechas de cereal de los últimos años, sin embargo, ponen en entredicho estas previsiones.
La agricultura contribuye de forma importante (en mayor medida que el transporte) a las emisiones de efecto invernadero. Una publicación reciente del Premio Nobel de Química P. Crutzen plantea que las emisiones de N2O procedentes de la agricultura podrían estar infravaloradas de forma importante, en cuyo caso los agrocarburantes contribuirían al cambio climático tanto o más que los combustibles fósiles que se supone sustituyen.
Por otra parte, la demanda de granos y de oleaginosas para agrocarburantes supone una ampliación importante de la superficie cultivada, cuyo impacto a nivel de emisiones de GEI no se ha tenido en cuenta en los estudios de ciclo de vida realizados hasta la fecha. Cuando se incluye la deuda de carbono derivada de los cambios de uso del suelo, bien sea por la roturación de nuevas tierras para cultivar agrocarburantes, o indirectamente si se utilizan para su fabricación granos u oleaginosas destinados anteriormente a la alimentación, con el consiguiente desplazamiento de estas producciones a otras tierras, se anulan los posibles beneficios de una sustitución de los combustibles fósiles utilizados en transporte. La utilización de un elevado porcentaje de la cosecha europea de colza para agrocarburantes, por ejemplo, ha supuesto que entre 2000 y 2006 se multipliquen por dos las importaciones de aceite de palma para alimentación. Pero si un 2,4% del biodiesel europeo proviene directa o indirectamente -es decir se utiliza en la producción de biodiesel o sustituye al aceite de colza que se destinaba a alimentación- de aceite de palma producido en turberas, se anulará el potencial beneficio del total de biodiesel utilizado. Las emisiones de GEI evitadas por el etanol de maíz en EEUU tardarían 167 años en compensar la deuda de carbono generada por los cambios indirectos de uso del suelo, según un estudio publicado en Science.
Por otra parte, los agrocarburantes están compitiendo ventajosamente por la tierra destinada a producir alimentos y a otras necesidades humanas mucho más urgentes y prioritarias. Se prevé que en EEUU más del 30% de la cosecha de maíz de 2008 se desviará a las destilerías de etanol, lo que supone más del 12% de la producción mundial de maíz. En la Unión Europea, el sector del biodiesel absorbió en 2007 aproximadamente el 60% de la producción de aceite de colza, lo que equivale al 25% de la producción mundial y al 70% del comercio mundial de este producto. El aumento de la demanda ha disparado el precio de los alimentos básicos, afectando a la población más pobre, tanto en zonas rurales como en las inmensas barriadas marginales que rodean las grandes metrópolis del tercer mundo. Y en el campo el negocio de los agrocombustibles amenaza en convertirse en una vuelta de tuerca de un modelo agroalimentario insostenible, que arrebata las tierras, las semillas y el sustento a la población campesina, dejando la alimentación de la Humanidad en manos de un puñado de transnacionales ávidas de lucro.
Es evidente que los agrocarburantes no constituyen una alternativa para el actual sistema de transporte, sino un mero parche. Pero lo grave es que este parche alimenta la ficción de que no es preciso renunciar a la movilidad creciente de una minoría privilegiada. Pretender mantener los niveles actuales de consumo de carburantes de las sociedades ricas es insensato, ya provengan de combustibles fósiles o de biomasa. La única alternativa razonable pasa por una reorientación del transporte, del urbanismo, de la economía y del modo de vida en general, que reduzca drásticamente la necesidad de movilidad y de transporte.
viernes, 11 de julio de 2008
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